martes, 30 de julio de 2013

Pude (Virginia Elías)


Yo soy de las que, a priori, siempre dicen no puedo.

Cuando supe que la consigna era escribir 3000 caracteres, todos los días, durante 21 días seguidos, saqué mi lista sábana de excusas, como hago cada vez que algo me da miedo.

Dije:
-Es mucho.
-No tengo tema para escribir 63.000 caracteres
-Yo no puedo escribir todos los días.
-Soy inconstante.
-No tengo tiempo.
-Tengo una vida.

Empecé con entusiasmo, ese entusiasmo de competir en grupo, de hacer equipo, pero con miedo real a encontrarme sin tema (la falta de tiempo hasta yo sabía que era una excusa).

El tiempo lo encontré: cancelé reuniones, llegué tarde al trabajo, volví más temprano de una fiesta, no fui a uno de los festejos del día del amigo y hasta cancelé una cita, si, con lo importante que es para mí el amor.

El pánico a no saber que escribir estuvo siempre. Pero tenía claro que del compromiso grupal no me bajaba. Cualquier cosa, menos cargar con la culpa de hacernos perder el invicto. Eso jamás. Empecé tibia, como siempre, medida, discreta, contando uno por uno, cada uno de los 3000 caracteres.

Pero escribí cada día. Los 3000 o más por día. Un día llegué a 7800. Sí, yo, la que a veces llega al taller con una carilla Calibri 11, interlineado doble y con espacio entre párrafos, escribí 7800 caracteres un día. Me quise morir de la emoción. Quise subir y decirle a mi jefe: “¿sabes qué? escribí 7800 caracteres en un día y antes con suerte hacía una carilla por semana”, pero creo que ni sabe lo que son caracteres.  Quise llamar a mi mamá y contarle, pero creo que ni sabe que estoy haciendo un taller literario. Quise escribirle a mi hermana y contarle, pero siempre está ocupada, con la hija, el marido, la casa y el local, así que no lee los mensajes.

No importa, yo estaba feliz igual.

Los temas fáciles y cómodos, esos que salen solos, efectivos, sin tener que buscar demasiado, empezaron a agotarse.

Tuve que empezar a meterme en otros lugares un poco más incómodos.

El año pasado escribí un texto sobre escribir un texto hermoso. Empezaba así: “Quiero escribir un texto hermoso…”. Hablaba de una chica quería escribir un texto hermoso para llegar al chico del que se había enamorado. Un chico que no la registraba, que la quería cuando él quería, que la hacías sufrir. Un bodrio todo, la chica, el chico, el sufrimiento y el texto.

Ahora aprendí que un texto hermoso puede estar en cualquier lado. Si tiene verdad, tiene altas chances de ser hermoso.  Con Le Championat (que ahora vengo a enterarme que es Championnat, con doble N) le quité presión a la literatura.

Ayer se terminó juego. Estuvo bueno jugarlo. Dice Santiago que dicen que en 66 días se forma un hábito. Quedan 45. Veo difícil que yo, que soy inconstante, pueda creerme un hábito en 66 días.

Pero jugué. No jugué a ganar ni a ser goleadora, yo a los 3000 caracteres los medí con regla, los sumé uno por uno.

Escribí como si nadie me estuviera leyendo.

Llegué un poco más hondo que lo que llego otras veces. Me embarré mucho más que otras veces. Y me encantó.

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