miércoles, 31 de julio de 2013

Los 3000


–Que tengo que escribir 3000 caracteres por día para adquirir el hábito.
–¿Qué hábito querés adquirir, si te pasás todo el día escribiendo? Sos un pez que quiere ir a clase de natación.
–Escribir lo mío.
–¿Lo que escribís no es tuyo?
–No es tan mío, tan tan. Quiero escribir mi libro. El problema es que no sé cómo hacer todo lo que tengo que hacer además de escribir 3000 caracteres por día.
–Levantate una hora antes. Para mi Happiness Project yo me estoy levantando una hora antes tres veces por semana.
–¿Y qué hacés en esas tres horas?
–Tengo pensamientos positivos.
–¿Te levantás para pensar?
–Hay gente que se levanta a las 4 para meditar. Lo mío es más productivo.
–Igual no puedo levantarme antes. Me acuesto a las 3, a las 4, a las 5.
–Te va a dar un ataque de jet lag de esos que dan sin volar, que son los peores. Se te descompagina el biorritmo y no lo arreglás ni con un coma farmacológico.
–A veces pienso que me vendría bien un día así en blanco.
–Olvidate, el cerebro sigue trabajando. Y vos no estás como Cerati, tus neuronas siguen a full aunque vos no te dés cuenta. Tomate un fin de semana en el Tigre. Pedile a Nacho que te preste la isla.
–No, no estoy buscando un lugar para descansar, estoy viendo cómo acomodar 3000 caracteres sin perder el trabajo.
–Los trabajos.
–Los trabajos.
–Largá uno. Tenés como seis.
–Sin trabajo no hay Londres, ni Battambang, ni Venecia.
–Tenés que elegir.
–No puedo.
–En mi Happines Project puse en la planilla violeta de obstáculos “inmadurez”.
–Aprovechá una de estas mañanas de pensamientos positivos para pensar cómo hacer para ayudarme, en lugar de criticar todo lo que digo.
–Te estoy ayudando haciéndote ver que estás alienada.
–Es una cuestión práctica, no psicológica. Mirá lo que pensé. ¿Te acordás de esos buses chiquititos que andan a mil en La Paz? ¿Qué pregunta la gente antes de subir? Vos me lo hiciste ver, acordate.
–Si hay cancha, si hay lugar.
–Eso es lo que tengo que hacer: hacer cancha, bajar a varios del bus y subir al bus los 3000 caracteres. El bus no se agranda; el día tiene 24 horas: hay que sacar para poder subir. Tengo que elegir qué no hacer para poder hacer los 3000. Ya saqué la ADN, la Ñ, el blog de Gargarella, el de LuliB, el Travel del New York Times, la newsletter de Estrella Roja, el vino tinto, solo puedo una copa, para estar lúcida cuando escribo…
–Si leés hasta lo que escriben los chinos de Filo…
–Te dije que los saqué. Por siete meses voy a estar fuera del tiempo y del mundo.
–El problema es que ya sacaste la tele hace mucho. Si no, bajarías un montón al toque. La tele son como los hidratos de carbono. Te privás una semana y bajás dos talles. Yo en la planilla roja del Happiness Project puse la tele.
–¿Qué es la planilla roja?
–Una donde anoto cosas atractivas: cigarrillos, tele, helado de dulce de leche, vino, facebook, galletitas Frutigran, bizcochos 9 de oro, alfajores Cachafaz de arroz…
–¿Vos comés esas porquerías? ¿Para qué es esa planilla?
–Para tener en claro qué es lo que me parece atractivo, lo que me da un poco de felicidad.
–Es retriste tu Happiness Project.
–No, hay otras planillas, hay una planilla hot. Además, es más barato que ir al psicólogo y de alguna manera te tiene entretenida con vos misma. Te diría que es un abordaje complementario. Ahora que lo pienso podrías valorar cada cosa que hacés en función del tiempo que te lleva. Luego hacer el cálculo de cuánto te llevan los caracteres y ver ahí cómo da la suma. Por ejemplo: dos cines equivalen a 12.000 caracteres.
–Yo para 12.000 caracteres necesito dos días, no dos cines.
–Vos sos la que ponés las equivalencias. Es una planilla personalizada la que tenés que hacer.
–Tu Happiness Project te hace ver todo en filas y columnas.
–Para darte cuenta de las cosas hay que visualizarlas. Yo no lo podía creer; fue una revelación. El tema es que te tenés que tomar el trabajo de pensar bien qué ponés en cada celda.
–Estoy pensando que ciertas cosas que se resuelven rápido son tan pesadas que valen más que algo liviano pero que requiere más tiempo. Tengo que ir al ginecólogo y es peor que ponerme a hacer el doctorado.
–¿Y los 3000 cuánto pesan?
–Es como un vicio. Yo dije hábito, pero es un vicio. Un hábito es lavarse las manos antes de comer. Un vicio sería estar esperando que llegue la hora de lavarse las manos. Escribir los 3000 es un vicio. Si escribo 3000 por día siempre tengo ganas de escribir. Si paro dos días me desconecto.
–Entonces ya está, ya adquiriste el hábito o el vicio o lo que sea. Sos una adicta. Que es justo lo que me decías vos cuando yo iba al psicólogo tres veces por semana.
–El tipo se compró el piso en Salguero con tu plata. Pero tengo que hacer que el vicio me sirva para escribir el libro y no cualquier cosa. Y tengo que poder vivir una vida normal con el vicio a cuestas.
–Estoy pensando que hasta que termines te tenés que olvidar de la vida en pareja. No se puede vivir con una adicta.
–Los pensamiento positivos se te concentran de 6 a 7 de la mañana y cuando llegan las 8 de la noche no te queda ni uno. Además la idea ni se me cruza por la cabeza. ¿Tomamos un vinito, que esta semana la tengo libre?
–Ni ahí dejar el taller de los miércoles que son como cinco horas, ¿no? 

El juego # Laura Torres

Siempre me gustó de los hombres una cosa, que se mantienen  atrapados en alguna lógica de juego. No quiero decir la timba o la rula. Pienso, básicamente, en el fútbol. Esa alquimia monstruosa de entrenamiento, transpiración, tropelía y azar.

Está  el tipo que con disciplina entrena y juega algún torneo. También el que se engancha sólo los fines de semana en un papi futbol o  el chabón que juega una vez al año, en una quinta y con tres chorizos atravesados en el duodeno. No importa el cómo, en todos está pujando la química del juego. Que los remite a algún espacio primario. 

Ese cosquilleo sentí desde que arrancó LC. La queríamos meter, embocar, no le podíamos fallar al equipo y es más, queríamos y queremos ganar. 

Los borders somos cinco chicas y dos pibes. Dos grandotes nos tocaron.  Pero las minas no nos quedamos atrás. Tecleamos como locas, arengamos, pegamos patadas. Tranzamos con nuestros compañeros de vida para que por unos días se hicieran cargo de la comida, de los pibes, de la casa. 

Nos acomodamos las tetas y salimos a la cancha. Pelamos historias sexies y guarras. Desarrollamos cuádriceps y aumentamos el grosor de los gemelos. No nos importó nada, alguna noche para aflojar el dolor nos pasamos aceites exóticos que olían a lavanda. Y al día siguiente, de vuelta a la cancha. 

Supimos ser futboleras natas. 

En un torneo mundial, no hubiéramos sido Finlandia. Nos mandamos un promedio de 60 mails por día. Una noche llegué a contar 115, no me pude dormir hasta las 5 de la mañana. Así durante veinte días. 

Nos alentamos, nos puteamos y nos abrazamos. Lloramos. Yo lloré, por alguna rodilla quebrada. Hubo promesas, pactos, revanchas. 

En google doc y en los encuentros con João Havelange Llach festejamos las metáforas, repudiamos los lugares comunes y nos implusamos mutuamente a hacer versos bien groseros, llenos de malas palabras, para repartir entre la hinchada. 

Día a día repasamos entre todos las jugadas: qué textos nos convenía retomar, situaciones de la infancia a explotar, autores que había que repasar. Siempre supimos que el sexo, el humor y la propia historia, garpan. 

Cada uno fue sumando simpatizantes. En mi caso la familia, los viejos, algunos amigos a los que les conté de esta locura desatada. También para explicarles por qué andaba medio borrada.  

Dijimos sí al jogo bonito y también a la derrapada, al tecleo impulsivo que va en busca de una ritmo, que se marea con los tambores de la hinchada.  

Y escribimos. Pulsamos la magia. Crecimos en centímetros de papel, en comprensión, en miradas cercanas. 

Formamos parte de una tierra que se reescribía mientras jugaba. 

A todos, desde el alma, GRACIAS. 

Descargar caracteres me hizo dormir (Luciana Cáncer)

Repasé la carpeta donde guardé todos los textos. Estos son los títulos que leí:

08-07 La Teta Dulce.
09-07 Infección.
11-07 Las tías (Parte I).
12-07 El lector en el bolsillo.
13-07 Las tías (Parte II).
14-07 Mis segundos 15.
15-07 Todos los hombres se nos mueren.
16-07 Anorexia.
18-07 Peligro de incesto.
19-07 Violación estética en el muro de Facebook.
20-07 La Obsesiva.
21-07 Termitas.
22-07 Shirin.
23-07 Tutores.
25-07 Obsesión infinita.
26-07 Anastasia.
27-07 Septicemia.
28-07 Virgen suicida.

Diseccioné los títulos. Encontré el común denominador de mis patologías: infección, mundos con hombres muertos, anorexia, peligro de incesto, el temón del fantasma de la violación estética en el muro de Facebook, dos derivados de la palabra obsesión, septicemia, porque con infección a secas me quedé corta, virginidad y suicidio. Después la intensidad de ser tía, primero en dos partes de una ficción inconclusa, y casi al final con el nombre propio de mi sobrina. La figura del lector que se enamora del escritor. La alusión a las tetas dulces, tal vez por la falta de lactancia cuando nací. Shirin, el resumen vago de una película que vi. Y en los segundos 15 no hay referencia directa pero refiere a otra de mis obsesiones, mi amor imposible, con lo cual sumamos tres, si contamos las dos anteriores.

Traté de inventar, de salir de la mirada meticulosa sobre mí misma, de domesticar mi ego. Por momentos creo que lo logré, pero me recibí de mercenaria, porque teníamos que ser mercenarios, como dijo Ezequiel en su último texto hermoso. Exploté dramas de otros, expuse sus miserias, no tuve piedad, les inventé detalles, algunas manías, pero traté de ser fiel a la historia principal y al efecto que la observación de esa historia principal produjo en mí. Ojo, también exploté mis dramas, cuando tenía menos tiempo, porque las palabras fluyen más rápido cuando hablo de mí. Pero si alguna de mis amigas de mi infancia incautara mi computadora, mi nombre pasaría a encabezar una lista negra de traición.

Cuando me aburrí de hablar de otros y de mí en el tono dramático que más fácil me sale, inventé textos para bardear mis propios textos. Me relajé, me di el lujo de hacerme mierda.

Tuve fiebre de competir. Quise ver mi nombre escalar en la tabla de goleadores, volví a mi tope máximo de obsesión, que creía, también, domesticado. Le dediqué un texto entero a hablar de eso.

Me metí para adentro. Busqué historias para contar, en los sueños, en el bondi, en el libro de Mairal, en la novelita que una amiga me pidió que le comentara, en los inbox de Caterina, en la reunión del día del amigo, en la familia del intendente de Lobos y en el clon canadiense que tiene mi hermano y desde hace un año me dedico a llenarle el muro de likes, sin darme cuenta, porque a primera vista me creo que son fotos de él.

Revolví en todas mis angustias. Busqué en google la noticia de la tragedia que vivió una amiga, lloré cuando la leí. Lloré muchas veces en estos veinte días.

Esperé ansiosa la arenga matutina de Sergio, que casi no lo conozco pero en esta locura de compartir caracteres y conteos en cinco google docs ya lo siento mi amigo. Leí con ganas las historias de Vir, siempre tiernas, siempre haciéndose cargo de sus debilidades como yo nunca podría, aunque muchas veces tengo ganas de decir las mismas cosas. Con Patricia aprendí, a leer sobre las curiosidades del objeto libro y a relajarme con los backstage. A Pilar la conocí un poquito más. Con el huracán Mechi me reí y me emocioné todo a la vez, y quise viajar en el tiempo para vivir las competencias de Tejedor con las que escribió la mejor arenga ilustrada. Con Ezequiel pensé, Ezequiel tiene esa forma de escribir que me hace recorrer muchos niveles de pensamiento a la vez, pensamientos en los que nunca me puse a pensar. A Marina le conocí la escritura perfecta, a veces más irónica, a veces más triste. Con Carlos me saqué el sombrero, porque se metió a mitad de carrera y fue puntual y meticuloso, y me animé a contarle los caracteres a su texto más largo de más de 12.000 para pasarlo al Excel. Con Rafa disfruté, aunque leerlo sin escucharle la cadencia de la voz no es lo mismo, entonces tuve ganas de que llegara el miércoles para escucharlo en vivo y en directo. A Santiago lo admiré, por el trabajo que se tomó, por la prosa de los reportes diarios, por la pasión y por el dominio espectacular de las planillas de Excel.

La experiencia Le Championnat me tomó por completo. Mi profesora del taller que hacía antes no me cree que escribí todo lo que escribí, está celosa. Mi mamá quiere saber de qué escribí y reza cada mañana para que se me pase la manía de ventilar dramas personales. Mi jefa, después de asegurarse que sigo rindiendo al nivel habitual, se da permiso para tirarme temas para escribir: hoy me contó de la macumba que terminó en incendio que le hicieron a un amigo. Una de mis mejores amigas me manda mensajes de bbm rogándole a mi grupo de taller¡devuélvanme a mi amiga!, porque me quiere contar su historia de amor nueva y yo le contesto con monosílabos, no sabe que tomo nota mental para escribir su romance neoyorquino dentro de un tiempo. 

Yo estoy feliz porque formo parte de un grupo, y siempre me fue más fácil la soledad que la experiencia colectiva. Y porque se me pasó el insomnio por primera vez en un año, descargar caracteres me hizo dormir. 

Gracias a todos ustedes.
Luciana.

martes, 30 de julio de 2013

Pude (Virginia Elías)


Yo soy de las que, a priori, siempre dicen no puedo.

Cuando supe que la consigna era escribir 3000 caracteres, todos los días, durante 21 días seguidos, saqué mi lista sábana de excusas, como hago cada vez que algo me da miedo.

Dije:
-Es mucho.
-No tengo tema para escribir 63.000 caracteres
-Yo no puedo escribir todos los días.
-Soy inconstante.
-No tengo tiempo.
-Tengo una vida.

Empecé con entusiasmo, ese entusiasmo de competir en grupo, de hacer equipo, pero con miedo real a encontrarme sin tema (la falta de tiempo hasta yo sabía que era una excusa).

El tiempo lo encontré: cancelé reuniones, llegué tarde al trabajo, volví más temprano de una fiesta, no fui a uno de los festejos del día del amigo y hasta cancelé una cita, si, con lo importante que es para mí el amor.

El pánico a no saber que escribir estuvo siempre. Pero tenía claro que del compromiso grupal no me bajaba. Cualquier cosa, menos cargar con la culpa de hacernos perder el invicto. Eso jamás. Empecé tibia, como siempre, medida, discreta, contando uno por uno, cada uno de los 3000 caracteres.

Pero escribí cada día. Los 3000 o más por día. Un día llegué a 7800. Sí, yo, la que a veces llega al taller con una carilla Calibri 11, interlineado doble y con espacio entre párrafos, escribí 7800 caracteres un día. Me quise morir de la emoción. Quise subir y decirle a mi jefe: “¿sabes qué? escribí 7800 caracteres en un día y antes con suerte hacía una carilla por semana”, pero creo que ni sabe lo que son caracteres.  Quise llamar a mi mamá y contarle, pero creo que ni sabe que estoy haciendo un taller literario. Quise escribirle a mi hermana y contarle, pero siempre está ocupada, con la hija, el marido, la casa y el local, así que no lee los mensajes.

No importa, yo estaba feliz igual.

Los temas fáciles y cómodos, esos que salen solos, efectivos, sin tener que buscar demasiado, empezaron a agotarse.

Tuve que empezar a meterme en otros lugares un poco más incómodos.

El año pasado escribí un texto sobre escribir un texto hermoso. Empezaba así: “Quiero escribir un texto hermoso…”. Hablaba de una chica quería escribir un texto hermoso para llegar al chico del que se había enamorado. Un chico que no la registraba, que la quería cuando él quería, que la hacías sufrir. Un bodrio todo, la chica, el chico, el sufrimiento y el texto.

Ahora aprendí que un texto hermoso puede estar en cualquier lado. Si tiene verdad, tiene altas chances de ser hermoso.  Con Le Championat (que ahora vengo a enterarme que es Championnat, con doble N) le quité presión a la literatura.

Ayer se terminó juego. Estuvo bueno jugarlo. Dice Santiago que dicen que en 66 días se forma un hábito. Quedan 45. Veo difícil que yo, que soy inconstante, pueda creerme un hábito en 66 días.

Pero jugué. No jugué a ganar ni a ser goleadora, yo a los 3000 caracteres los medí con regla, los sumé uno por uno.

Escribí como si nadie me estuviera leyendo.

Llegué un poco más hondo que lo que llego otras veces. Me embarré mucho más que otras veces. Y me encantó.

lunes, 29 de julio de 2013

La libertad (Debora Mazzola)

Se termina Le Championat, la locura de los tres mil caracteres diarios. Este torneo, que Los Tallerandos de los Martes empezamos un 26 de junio, debería llamarse Julieta Mortati. Todos los grupos deberían saber que esta locura nació un día martes a raíz de una cagada a pedos de nuestro guía espiritual, sensei, tallerista Santiago porque Juli había llevado un texto de solo media carilla. Juli, no podés traer esto, tenés que escribir, si querés ser escritora tenés que escribir todos los días, rigurosamente, como un trabajo, te levantás y escribís. Y entre todos nos pusimos a hablar de lo difícil que es tener el hábito de escribir y la constancia y todo eso, y nos embarcamos en este experimento.

Los Tallerandos llevamos más de un mes en esta locura.

Le Championat me sirvió para demostrarme a mí misma que puedo escribir, para soltarme en el teclado. Era de las que daba mil vueltas antes de encarar un texto, me sentaba a escribirlo a último momento, por lo general la noche anterior al taller, con todas las presiones encima y a contra reloj. Llenar una carilla me costaba un huevo, pensaba cada frase, la autoexigencia me frenaba las manos, nada me gustaba. Con el afán de llegar como sea a los tres mil caracteres, me empecé a soltar cada vez más, a pensar distintos formatos para contar una historia solamente para no aburrirme a mí misma. Hubo mucho relleno y no creo que la calidad haya mejorado pero sí logré perderle el respeto a la hoja en blanco. Esa superficie que siempre estaba expectante, que me exigía desde la pureza, se convirtió en un recipiente manipulado por mí para que cualquier idea, sensación, anécdota cobrara la forma de un conjunto de caracteres. Se desdramatizó y le perdí el miedo, no sé si puedo hacer de ella lo que quiera pero al menos sé que puedo intentarlo. La hoja en blanco dejó de ser mi verduga para transformarse en un mero instrumento que me servía para otra cosa: ganar Le Championat. Los textos se empezaron a ramificar, empezaba con una idea, esa disparaba otra y para rellenar, le agregaba una anécdota familiar que fuera al caso y cuando menos lo pensaba llegaba a los tres mil. Otras veces me costó más. Llegaba a los dos mil seiscientos y empezaba a decorar lo ya escrito, agregaba descripciones, referencias, detalles, metáforas. También robé con Wikipedia, debo confesar, y hasta una vez copypasteé una noticia de un diario que hacía referencia a algo que estaba contando. No aspiré a mucho, la escritura me cuesta, no derroché caracteres ni tuve chances de ser goleadora. Para mí, cumplir con los tres mil diarios era ya de por sí una hazaña. Ahora mido todo en caracteres. El hábito de escribir dos o tres párrafos, frenar y contar cuántos van se incluyó entre mis prácticas obsesivas cotidianas.

Escribí siempre en mi casa, con la notebook sobre las piernas en el sillón del living. Siempre con música de fondo. Casi siempre de noche pero si tenía algún plan después de las 10, me las arreglaba para hacerme un hueco a la tarde. Incluso una vez escribí a la mañana, después de que una amiga me dijera que le parecía que a la mañana la cabeza podía estar más limpia y los caracteres fluir mejor. Porque eso sí, mis hermanas y amigos están perfectamente al tanto de esta competencia. Me preguntaban: ¿En qué andás? y les decía: Acá, jugando una competencia de escritura, todo muy normal. Y después me preguntaban: ¿Y cómo va la competencia? Le Championat me sirvió para irme de un cumpleaños una vez: Tengo que escribir, dije y me pedí un taxi. Como cuando iba a la facultad y para zafar de cualquier compromiso tiraba: Tengo que estudiar, y nadie te podía insistir.

Hasta acá, la técnica.

Dejo para el final lo más lindo que fue el equipazo que armamos los Tallerandos. Qué grupo de la puta madre, ni una pelea, ni una mala onda, ni una envidia. Cada uno tirando ánimo desde su Gmail. No nos alcanzó y nos hicimos un grupo de WhatsApp. Fuimos al cumpleaños de Hilario y nos pasamos toda la noche hablando de caracteres, lo mismo en el festejo de renacimiento de Ceci. Tuvimos integrantes que escribieron desde Jujuy y Mendoza. Hilario nos abandonó y estuvo todo bien y todos le dijimos muchas veces: No te calentés. Cuando alguien mandaba un mail diciendo que estaba cansado, que tenía un mal día o que no sabía de qué escribir, otro integrante le tiraba una frase alentadora o una idea. En vez de poner a competir nuestros textos para ganar la segunda semana, analizamos cómo hacer para tener más chances, sin importar de quien fuera el texto, unimos fuerzas. Y ganamos.

Varias veces cumplí con los caracteres porque ya estoy acostumbrada a defraudarme a mí misma pero no podía concebir defraudar a mis compañeros.

Estuvimos todo el tiempo conscientes de que esto era un juego, de que no daba para generar rispideces ni armar peleas, pero nunca perdimos el objetivo de ganar. Mi derrotismo estaba esperando el momento en que alguien dijera: Disculpen, chicos, no pude subir, me colgué, me trabé, me empedé, me quedé dormido. Nada de eso pasó, estuvimos siempre al 100%. Si en este torneo hubiera un premio de Mejores Compañeros, lo ganaríamos por afano.

El militante y el librepensador (Vicente Amadeo)

Aprendí mucho escribiendo 3.000 caracteres por día. Me convencí finalmente de que las ocurrencias esporádicas en un colectivo de la línea 29 no eran fórmulas mágicas para la fama y la grandeza. Escribí todo. No valió decir, si hubiera escrito aquella idea... lo especial que me hubiese sentido... Usé los mismos chistes una y otra y otra vez. Si junto todo va a quedar ultra repetitivo.

Me entregué por la causa. Me puse en bolas ante la audiencia. Ningún texto fue copiado y pegado. Todo fue subido caracter por caracter. No hay ningún mérito en esto, es cierto. Ya lo dijo Hugo Emilio Sánchez, soy un gordito del sector privado queriendo que lo entiendan, escribiendo para salir de la tormenta, en la que nunca quise meterme, no tengo coraje para aguas profundas, me quedo con la pizza con la banda, con el asadito y con el tiempo muerto, disfrutando el día en la quinta de mi familia política. Si pudiera escribir lo que siento y lo que veo, quizás serviría de algo, quizás otros podrían aprender que la vida de tanguero derrotado no tiene, finalmente, ningún sentido. 

Voy a disfrutar de a poco la última entrada del campeonato de la gilada de Talca. La república parsimoniosa se apresta a ver un programa de Lanata contra Chevrón. El país está en orden. Hay que hacer lío, dijo Francisco desde Copacabana, y en Jujuy se lo tomaron en serio. Salieron a la calle con bombos a protestar y a rezar. Los bovinos anti K de la rural ya vociferaron su arenga por la libertad y se pronunciaron en contra de todo autoritarismo. Es la libertad de los nenes de papá, como dice Santiago Llach. 

El otro día mi jefe se rió de una persona y la llamó librepensador. Me pareció una genialidad. Me reí como un hombre Hulk. Como una bestia que por un momento se olvida de su fealdad, solté una carcajada pesada y ruidosa. Me regocijé de pertenecer a un harem de bueyes ciegos, militando por el proyecto de la burocracia privada que promueve los valores del sistema y del capital. Además, es verdad, los librepensadores son los bobos del sistema. Son los indignados de la patria. Incómodos, se enojan al hablar de todo tema de orden público, en todo entorno con gente, se molestan, se creen distintos, no por mérito o esfuerzo, se sienten distinguidos porque sí, como si el hecho de ser autoconscientes de su falta de originalidad sea en sí mismo un indicador exacto e inversamente proporcional de su nivel de superioridad. El librepensador es el que no mide sus dichos, no tiene por qué, tiene en mente a sus cinco mejores amigos, ellos estarían orgullosos de lo que está diciendo, tiene a las bases ardientes, esperando que sea lo más duro posible, declarar autoritario al interlocutor, congraciándose entre personas con chaqueta de gamuza.

Es importante detenerse, una y otra y otra vez, en el librepensador. Es alguien, para darse una idea, que viene quejándose del gobierno desde 2003. Son diez años de mala onda. Siempre opinando en contra. No le preguntes qué opina a un librepensador. Primero te dirá lo que no le gusta y luego, tibiamente, dirá, considerando varias excepciones y dando algunas explicaciones técnicas, en qué está de acuerdo, para culminar sosteniendo que, de todas formas, todo podría haberse hecho tanto mejor. Es el iluminado de todos los tiempos. 

Me entusiasma el personaje contrario al librepensador. El militante curtidor de los caminos, metiendo su eslogan donde dé. El que está hasta las manos de compromisos con la causa. Quedó pegado a temas escabrosos, delitos de lesa humanidad, hay que apretar los dientes, embestirla como un buey, defender al represor, sea milico o monto boy, el Che también tenía sus contradicciones. Vamos todos al tribunal, hagamos patria en defensa de la patronal. Soy un comprometido a los 33, puedo hablar en nombre de los que vivían en los 70. Les agradezco por no resolver sus temitas antes y traerlo todo de nuevo para que lo disfrutemos los de 30. Nos encanta verlos debatir sus inseguridades de niños púber orillando los 70. Ah, los 70, aquellos años...

Lo perfecto es enemigo de lo posible (Damián Tullio)

Le mieux est l'ennemi du bien decía Voltaire. Yo, que no sé francés y que creo profundamente en traicionar a los tipos en las traducciones, diría, para que nos sirva del todo la frase que "lo perfecto es enemigo de lo posible". 

Aprendí eso en el Championat. A la cita de Voltaire llegué después, porque de los consagrados hay que robar la sabiduría para envolverse de autoridad, pero para pensar hay que prescindir de ellos. 

Maga me dijo que cuando empezamos esta empresa hermosa creía que yo me iba a bajar a los tres días, que me iba a indignar y que no iba a seguir, que me iba a parecer una paparruchada. Parece que Maga me conoce tan poco como yo a mí mismo, porque a priori yo habría pensado lo mismo. Y no, estoy acá. Acabo de pasar al excel mi último conteo y, sin tener en cuenta esta carta, escribí 84270 caracteres en tres semanas. No escribía tanto –ni siquiera tanto– desde que compilé todo lo bueno que escribí para imprimir un librito. Estoy chocho. Son inusables, al menos en mi caso, el 70% de esos; pero me quedó una juguito de un 30% de cosas que, con otro método, habría tardado semestres en escribir. 

Sepan eso, eh. Que estamos escribiendo. Es una gloría todo esto porque incluso a pesar nuestro sacamos cosas que son increíbles, todos. 

Pienso en Lola, en que su primera experiencia de taller es esta locurita. Sabelo: te ahorraste semanas si no meses de laburo, incluso con los días libres. 

Soy un poco más feliz que antes. Me obligaron a pensar bien al menos una vez por día, eso es oro. 

Felicidades.

El dojo está en tu cabeza (Ezequiel Baum)

El Dojo está en tu cabeza.

El Sensei sos vos mismo.

Cada ejercicio es tan decisivo como lo que imaginamos que es el acto para el que nos preparamos.

¿Para qué escribimos?¿Para qué dedicamos una cantidad nada despreciable de nuestro tiempo despiertos a esta actividad?

Escribimos para mejorar nuestro dominio sobre un grupo limitado de símbolos que forman sonidos en nuestras cabezas y las de la comunidad a la que pertenecemos. Sonidos que transfieren conceptos. Escribimos para traficar información con belleza, con estilo, con gracia. Aprendemos a combinar la huella gráfica de esos sonidos, las palabras, de forma tal que conmuevan al mayor número posible de los miembros de nuestra comunidad. Que generen algo en el otro mientras nos liberamos. Expresamos ideas, pero también sentimientos. Tratamos de convencer, pero expulsamos demonios, los soltamos para que la comunidad nos expíe, nos cuente los suyos, nos calme y nos haga sentir menos únicos contrastando esas ideas, compartiendo otras miserias.

Agrupamos las palabras y construimos relatos, inventamos mundos o retratamos nuestros infiernos. Soltamos en simultáneo el producto de nuestra habilidad y la depositamos en el archivo caótico de la especie, sin necesidad de representar un avance o un progreso.

Ya no hay que escribir para alcanzar ningún objetivo.

Pasaron tres semanas de trabajar continuamente escribiendo para exponer todo en un Dojo virtual, un Googledoc inerte, como si estuviéramos espadeando con bokken (1) contra otros Samurais. El Sensei se comunica con nosotros, nos pone al tanto de los resultados de nuestro esfuerzo, no nos corrige, no estamos en el Templo ni nos habla su voz real, nos llegan símbolos desde el más allá, viajando a la velocidad de la luz, formando las palabras con su mensaje: vamos bien, hoy todos escribieron.

El Sensei nos pide que nos comportemos como un Ronin (2), que no frenemos frente a ningún tipo de vergüenza ni miedo a contar y quedar expuestos. Los más valientes lo logran y consiguen textos hermosos, coreografías impecables con estocadas letales. Otros prefieren experimentar como Ninjas, trabajar en las sombras, lanzar shurikens (3) desde un lugar seguro y dar en el blanco.

No importa.

Todos, al terminar este experimento, somos mejores guerreros.

Templamos el espíritu de grupo y al mismo tiempo el compromiso individual, redoblando los esfuerzos para no ser el eslabón débil, la fisura que arrastre al resto a la imperfección.

Despertamos la fuerza que dormía latente el sueño de los perezosos, compitiendo por ser el grupo de élite, pero también por ser el más poderoso de los guerreros.

Y lo más importante, lo trascendental, es que logramos demostrar que podemos construir un hábito, sostenerlo alto en nuestras prioridades, comprendimos que podemos alcanzar eso que nos proponemos con disciplina y amor por lo que hacemos: escribir.



(1) El bokken es una espada de madera que se usa en las prácticas de esgrima oriental en lugar de las katanas que, por ser metálicas y filosas, tienen efectos irreversibles.

(2) El Ronin era un Samurai que dejaba de rendir lealtad. Desafiliado del sistema feudal, se liberaba del código de honor y funcionaba como mercenario.

(3) El shuriken es el nombre correcto de la estrella ninja.