lunes, 29 de julio de 2013

La libertad (Debora Mazzola)

Se termina Le Championat, la locura de los tres mil caracteres diarios. Este torneo, que Los Tallerandos de los Martes empezamos un 26 de junio, debería llamarse Julieta Mortati. Todos los grupos deberían saber que esta locura nació un día martes a raíz de una cagada a pedos de nuestro guía espiritual, sensei, tallerista Santiago porque Juli había llevado un texto de solo media carilla. Juli, no podés traer esto, tenés que escribir, si querés ser escritora tenés que escribir todos los días, rigurosamente, como un trabajo, te levantás y escribís. Y entre todos nos pusimos a hablar de lo difícil que es tener el hábito de escribir y la constancia y todo eso, y nos embarcamos en este experimento.

Los Tallerandos llevamos más de un mes en esta locura.

Le Championat me sirvió para demostrarme a mí misma que puedo escribir, para soltarme en el teclado. Era de las que daba mil vueltas antes de encarar un texto, me sentaba a escribirlo a último momento, por lo general la noche anterior al taller, con todas las presiones encima y a contra reloj. Llenar una carilla me costaba un huevo, pensaba cada frase, la autoexigencia me frenaba las manos, nada me gustaba. Con el afán de llegar como sea a los tres mil caracteres, me empecé a soltar cada vez más, a pensar distintos formatos para contar una historia solamente para no aburrirme a mí misma. Hubo mucho relleno y no creo que la calidad haya mejorado pero sí logré perderle el respeto a la hoja en blanco. Esa superficie que siempre estaba expectante, que me exigía desde la pureza, se convirtió en un recipiente manipulado por mí para que cualquier idea, sensación, anécdota cobrara la forma de un conjunto de caracteres. Se desdramatizó y le perdí el miedo, no sé si puedo hacer de ella lo que quiera pero al menos sé que puedo intentarlo. La hoja en blanco dejó de ser mi verduga para transformarse en un mero instrumento que me servía para otra cosa: ganar Le Championat. Los textos se empezaron a ramificar, empezaba con una idea, esa disparaba otra y para rellenar, le agregaba una anécdota familiar que fuera al caso y cuando menos lo pensaba llegaba a los tres mil. Otras veces me costó más. Llegaba a los dos mil seiscientos y empezaba a decorar lo ya escrito, agregaba descripciones, referencias, detalles, metáforas. También robé con Wikipedia, debo confesar, y hasta una vez copypasteé una noticia de un diario que hacía referencia a algo que estaba contando. No aspiré a mucho, la escritura me cuesta, no derroché caracteres ni tuve chances de ser goleadora. Para mí, cumplir con los tres mil diarios era ya de por sí una hazaña. Ahora mido todo en caracteres. El hábito de escribir dos o tres párrafos, frenar y contar cuántos van se incluyó entre mis prácticas obsesivas cotidianas.

Escribí siempre en mi casa, con la notebook sobre las piernas en el sillón del living. Siempre con música de fondo. Casi siempre de noche pero si tenía algún plan después de las 10, me las arreglaba para hacerme un hueco a la tarde. Incluso una vez escribí a la mañana, después de que una amiga me dijera que le parecía que a la mañana la cabeza podía estar más limpia y los caracteres fluir mejor. Porque eso sí, mis hermanas y amigos están perfectamente al tanto de esta competencia. Me preguntaban: ¿En qué andás? y les decía: Acá, jugando una competencia de escritura, todo muy normal. Y después me preguntaban: ¿Y cómo va la competencia? Le Championat me sirvió para irme de un cumpleaños una vez: Tengo que escribir, dije y me pedí un taxi. Como cuando iba a la facultad y para zafar de cualquier compromiso tiraba: Tengo que estudiar, y nadie te podía insistir.

Hasta acá, la técnica.

Dejo para el final lo más lindo que fue el equipazo que armamos los Tallerandos. Qué grupo de la puta madre, ni una pelea, ni una mala onda, ni una envidia. Cada uno tirando ánimo desde su Gmail. No nos alcanzó y nos hicimos un grupo de WhatsApp. Fuimos al cumpleaños de Hilario y nos pasamos toda la noche hablando de caracteres, lo mismo en el festejo de renacimiento de Ceci. Tuvimos integrantes que escribieron desde Jujuy y Mendoza. Hilario nos abandonó y estuvo todo bien y todos le dijimos muchas veces: No te calentés. Cuando alguien mandaba un mail diciendo que estaba cansado, que tenía un mal día o que no sabía de qué escribir, otro integrante le tiraba una frase alentadora o una idea. En vez de poner a competir nuestros textos para ganar la segunda semana, analizamos cómo hacer para tener más chances, sin importar de quien fuera el texto, unimos fuerzas. Y ganamos.

Varias veces cumplí con los caracteres porque ya estoy acostumbrada a defraudarme a mí misma pero no podía concebir defraudar a mis compañeros.

Estuvimos todo el tiempo conscientes de que esto era un juego, de que no daba para generar rispideces ni armar peleas, pero nunca perdimos el objetivo de ganar. Mi derrotismo estaba esperando el momento en que alguien dijera: Disculpen, chicos, no pude subir, me colgué, me trabé, me empedé, me quedé dormido. Nada de eso pasó, estuvimos siempre al 100%. Si en este torneo hubiera un premio de Mejores Compañeros, lo ganaríamos por afano.

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