Empiezo a escribir este texto faltando una hora y media para que
termine el turno noche del viernes y vuelva a cero el contador con el que se
inicia el sábado. Voy a quedarme dormida antes de que termine de escribir los
tres mil caracteres diarios. Este será, entonces, el primer texto que
suba y que no esté escrito de un tirón, con la ansiedad de contar las letras,
de no saber sobre qué puedo escribir, de querer escribir todo junto, de colgar
sin releer, de picar para mí y para todos los compas.
Escribir sobre la escritura, de acuerdo a los cánones de la
teoría, es una metaescritura, una misse en abîme, si se quiere, también pueden
pensarse como cajas chinas o como mamushkas o como esos vasitos de campamento
que son apenas un redondel del que van saliendo otros más y más chiquitos uno
arriba del otro. Escribo algo sobre otra cosa escrita que al mismo tiempo tiene
una capa de escritura por debajo y entonces es como el juego del paquete o como
desenvolver una docena de huevos porque al pescado ya no lo venden envuelto en
papel de diario superpuesto arbitrariamente, ojalá
vayan todos presos, incluso Cristina (sic) // un rasguño en la zona inguinal
complica a Mangeri// alq 2 amb lum lav coc dep ctafte// Enrique Lopez q.e.p.d:
tus hermanas Chiquita y Norma te recuerdan afectuosamente y rezan por tu
descanso eterno// Vargas ¿en la línea de fuego?
Abajo, encima, a los costados, a través, en los dedos, en las
caras, en la respiración cortada, en la pausa de las yemas que rozan el
teclado, en el frío que hace en el balcón, en el motor de la heladera que
sonoriza la casa, en el recuerdo, en el amor, en el tono, en la medicación, en
los pies fríos que se frotan contra el colchón, en el dolor, en la búsqueda de
la palabra justa, en la imposibilidad, en el balbuceo de ese nene imaginario
que si fuera nuestro hijo entenderíamos, en las onomatopeyas con las que puedo
describir los ruiditos, a veces diferentes, que hace mi espalda, en los
secretos, en lo simple, en llegar justo a fin de mes, en los libros de
autoayuda, en el silbato de la metropolitana, en la foto sonriente, en el chico
que me gusta, en la esposa aburrida, en la banana del desayuno, en el
voyeur, en la chica que llora en el colectivo, en la joroba de una vieja: hay
palabras.
Y entonces hay orden, lógica, sintagma, una manera de leer siempre
igual –de izquierda a derecha, de arriba para abajo*. En la combinatoria
infinita y aleatoria de lo finito –el lenguaje, el vocabulario, las palabras
admitidas, la lista de la Real Academia- están todas las historias; un a priori
de nuestra voluntad de contarlas, de volverlas carne-palabra para uno y para
los demás. En la forma, están el éxito o la frustración, la emoción, el
aburrimiento, el aplauso del público.
Escribimos –reescribimos- siempre sobre capas anteriores, Rogels
de historias que se meten, prepotentes, en el espacio de los hechos e imponen
su orden.
No creo en un grado cero de nada, mucho menos de la escritura.
Rilke le dice a un poeta, en una carta fechada en París el 17 de
febrero de 1903, que si siente que puede vivir sin escribir, entonces es
suficiente para que definitivamente no lo haga. Me pregunto cuán rilkeanos
quedaremos después de veintiún días de competencia, me pregunto, también, si
Rilke no quería simplemente eliminar a una posible competencia y solo buscaba
desalentar al pobre joven poeta que le había mandado sus versos.
Hemingway, a quien prefiero por sobre Rilke, se sentaba en su
estudio, también parisino, en invierno y pelaba mandarinas mientras pensaba en
que lo único que tenía que encontrar para escribir su próxima historia era una
oración verdadera.
El resto vendría con ella.
*Salvo aquellos casos en los que hay notas al pie, en los cuales,
entonces, nuestros ojos van hasta el pie de página y después vuelven al cuerpo
del texto que en general dejamos marcado por el dedo pulgar.
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