jueves, 1 de agosto de 2013

#3000# (FANTI)

Empiezo a escribir este texto faltando una hora y media para que termine el turno noche del viernes y vuelva a cero el contador con el que se inicia el sábado. Voy a quedarme dormida antes de que termine de escribir los tres mil caracteres diarios.  Este será, entonces, el primer texto que suba y que no esté escrito de un tirón, con la ansiedad de contar las letras, de no saber sobre qué puedo escribir, de querer escribir todo junto, de colgar sin releer, de picar para mí y para todos los compas.

Escribir sobre la escritura, de acuerdo a los cánones de la teoría, es una metaescritura, una misse en abîme, si se quiere, también pueden pensarse como cajas chinas o como mamushkas o como esos vasitos de campamento que son apenas un redondel del que van saliendo otros más y más chiquitos uno arriba del otro. Escribo algo sobre otra cosa escrita que al mismo tiempo tiene una capa de escritura por debajo y entonces es como el juego del paquete o como desenvolver una docena de huevos porque al pescado ya no lo venden envuelto en papel de diario superpuesto arbitrariamente, ojalá vayan todos presos, incluso Cristina (sic) // un rasguño en la zona inguinal complica a Mangeri// alq 2 amb lum lav coc dep ctafte// Enrique Lopez q.e.p.d: tus hermanas Chiquita y Norma te recuerdan afectuosamente y rezan por tu descanso eterno// Vargas ¿en la línea de fuego?

Abajo, encima, a los costados, a través, en los dedos, en las caras, en la respiración cortada, en la pausa de las yemas que rozan el teclado, en el frío que hace en el balcón, en el motor de la heladera que sonoriza la casa, en el recuerdo, en el amor, en el tono, en la medicación, en los pies fríos que se frotan contra el colchón, en el dolor, en la búsqueda de la palabra justa, en la imposibilidad, en el balbuceo de ese nene imaginario que si fuera nuestro hijo entenderíamos, en las onomatopeyas con las que puedo describir los ruiditos, a veces diferentes, que hace mi espalda, en los secretos, en lo simple, en llegar justo a fin de mes, en los libros de autoayuda, en el silbato de la metropolitana, en la foto sonriente, en el chico que me gusta, en la esposa aburrida, en la banana del desayuno,  en el voyeur, en la chica que llora en el colectivo, en la joroba de una vieja: hay palabras.

Y entonces hay orden, lógica, sintagma, una manera de leer siempre igual –de izquierda a derecha, de arriba para abajo*. En la combinatoria infinita y aleatoria de lo finito –el lenguaje, el vocabulario, las palabras admitidas, la lista de la Real Academia- están todas las historias; un a priori de nuestra voluntad de contarlas, de volverlas carne-palabra para uno y para los demás.  En la forma, están el éxito o la frustración, la emoción, el aburrimiento, el aplauso del público.

Escribimos –reescribimos- siempre sobre capas anteriores, Rogels de historias que se meten, prepotentes, en el espacio de los hechos e imponen su orden.
No creo en un grado cero de nada, mucho menos de la escritura.

Rilke le dice a un poeta, en una carta fechada en París el 17 de febrero de 1903, que si siente que puede vivir sin escribir, entonces es suficiente para que definitivamente no lo haga. Me pregunto cuán rilkeanos quedaremos después de veintiún días de competencia, me pregunto, también, si Rilke no quería simplemente eliminar a una posible competencia y solo buscaba desalentar al pobre joven poeta que le había mandado sus versos.
Hemingway, a quien prefiero por sobre Rilke, se sentaba en su estudio, también parisino, en invierno y pelaba mandarinas mientras pensaba en que lo único que tenía que encontrar para escribir su próxima historia era una oración verdadera.
El resto vendría con ella.


*Salvo aquellos casos en los que hay notas al pie, en los cuales, entonces, nuestros ojos van hasta el pie de página y después vuelven al cuerpo del texto que en general dejamos marcado por el dedo pulgar.

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